Hay que volver al approach teológico de la Constitución de 1853:
"*para nuestra posteridad*, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: *invocando la proteccion de Dios, fuente de toda razon y justicia*"
Es decir, ya el preámbulo baja una línea reñida con el "tercermundismo" o nacionalismo vulgar tal como estamos acostumbrados:
-Dejar claro que el partido que estamos jugando es multigeneracional, con la posteridad en mente cuando tomamos la decisión política de constituirnos (y por extensión todas las decisiones subsiguientes)
-Invocar a Dios, la noción trascendental, pero en una inflexión inexorablemente legada a los conceptos de "razón y justicia", lo mejor del iluminismo, sin restringirse a un credo específico.
-Y encima una concepción de nación apta para integrar "a todos los hombres del mundo"
En definitiva, un escudo de fe contra los "becerros de oro" de los narcisismos tribales y generacionales