Hace un par de años descubrí que un familiar indirecto trabajó durante varios años para la NASA. Empecé a rebuscar en periódicos antiguos y a preguntar a quienes le habían conocido y me quedé flipado al saber que se encargó de monitorear la frecuencia cardíaca de los astronautas del programa Gemini, precursor del mítico proyecto Apolo que terminó yendo a la Luna. Así que hablemos de nuestro satélite.
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Lo de mi familiar con Gemini fue en 1965, cuatro años antes de que el hombre –concretamente Neil Armstrong– pisara la Luna por primera vez. Estados Unidos capitalizó este hito de la humanidad para ganar la carrera espacial a la Unión Soviética, pero en 1970 canceló todas las futuras misiones porque su coste era, irónicamente, astronómico. La última fue en 1972.
Medio siglo después, las grandes potencias mundiales quieren regresar al único satélite de la Tierra. China pretende lograrlo en 2030, un hito al que Washington y sus aliados —europeos, canadienses y japoneses— quieren anticiparse a toda costa con el Programa Artemis, que prevé su primer alunizaje tripulado para 2027. Fruto del mundo multipolar en el que vivimos, la nueva carrera espacial se ha convertido en una competición global en la que pugnan otros actores como Rusia, India, Corea del Sur o Israel. ¿Pero es viable? ¿Y por qué ahora?
A lo largo de los últimos 30 años, las misiones robóticas desplegadas sobre la superficie lunar —más económicas que los caminantes lunares de la era Apolo— han permitido recopilar nuevos datos que han renovado el interés científico (y geopolítico) en nuestro vecino celestial hasta el punto que cada vez más potencias se plantean establecer una base permanente allí.
«La Luna es mucho más compleja y diversa de lo que imaginábamos», me explica James David Carpenter, jefe de equipo de la Oficina Científica Lunar de la Agencia Espacial Europea. «Es la primera parada en la exploración del Sistema Solar, un archivo de su historia, una plataforma de investigación fundamental, un lugar donde aprender a vivir y trabajar más allá de la Tierra».
Recursos estratégicos
Durante gran parte del siglo XX, los científicos creían que la superficie de la Luna era totalmente seca. Aunque se sospechaba desde los años 90, en 2020 una sonda de la NASA confirmó la existencia de agua congelada en el polo sur de la Luna, extremo sumergido en la oscuridad y cuyas temperaturas nunca superan los -150ºC. La existencia de esta materia prima puede ser crucial para el futuro de la exploración espacial, pues se podría descomponer en oxígeno e hidrógeno, combinación que se usa para alimentar los motores de cohetes como los de Blue Origin, la compañía aeroespacial de Jeff Bezos.
Por ahora, remarca Carpenter, «no se han encontrado reservas de minerales en la Luna que puedan considerarse económicamente viables». Sin embargo, hay otro recurso natural estratégico que despierta cada vez más interés. En el regolito que forma la rocosa superficie lunar abunda el Helio-3, un elemento químico escaso, costoso y de difícil extracción en la Tierra que en un futuro podría liberar enormes cantidades de energía limpia a través de los reactores de fusión nuclear. Aunque esta tecnología aún está en fase de investigación, su despliegue puede convertir al Helio-3 en el combustible del futuro.

Gasolinera hacia el espacio
La presencia de agua y Helio-3 nos permite soñar con una Luna que sea algo así como una gasolinera espacial, una estación donde los cohetes repostarían sus tanques para propulsarse hacia nuevas misiones espaciales como las de Interstellar. Suena a ciencia ficción, pero es uno de los objetivos de la NASA. «Lanzar cohetes desde la Luna sería más barato y menos peligroso que hacerlo desde la Tierra, pues no tiene una atmósfera que genera fricción y la gravedad es mucho menor», me explica Miquel Sureda, físico y doctor en ingeniería aeroespacial.
La Luna sería así el pit stop de las misiones tripuladas hacia objetivos mayores como Marte y otros asteroides cercanos con abundantes minerales estratégicos. En los próximos meses, la NASA lanzará dos aeronaves para estudiar la magnetosfera del planeta rojo, la gran obsesión de Elon Musk. Convertido en la mano derecha de Donald Trump, el magnate podría influenciar la nueva política espacial de Estados Unidos. Aunque en enero dijo que la Luna es «una distracción» en el camino «directo» a Marte, la inmensa mayoría de expertos coinciden en señalar que, por ahora, ese destino es inviable y que, para alcanzar el cuarto planeta del sistema solar, antes hay que testear nuevas tecnologías en la Luna.
Explotación privada de la Luna
Mientras China ha movilizado todos sus recursos a escala nacional para avanzar en sus ambiciones espaciales, Estados Unidos ha externalizado su estrategia para ponerla en manos del sector privado, más rápido y eficiente, si bien también regado con dinero público. Con ello, pretenden adelantarse a Pekín, cuyo meteórico ascenso es visto en Washington como una amenaza. No es el caso de Europa, que mantiene la colaboración científica con las misiones chinas.
La gran beneficiada de este giro, acelerado durante la última década, ha sido SpaceX, la compañía fundada por Musk en 2002, ahora valorada en 350.000 millones de dólares y cuyos cohetes reutilizables han transformado la industria. Starship, el más poderoso jamás construido, se utilizará para las futuras misiones lunares. La carrera espacial no solo es una carrera entre potencias y entre empresas; también se ha convertido —como la conquista de la órbita terrestre— en una competición entre dos de los hombres más ricos del planeta, Musk y Bezos.
Esa privatización también pondrá pie en la Luna. En 2015, durante la presidencia de Barack Obama, el Congreso estadounidense aprobó una ley que cedía a las empresas aeroespaciales los derechos a la explotación minera de los astros —aunque el Tratado del Espacio Exterior, de 1967, lo prohíbe. Hace cinco años, con Joe Biden, la NASA anunció que se convertiría en cliente de esas compañías. «La NASA ha perdido el miedo a ir a la Luna porque sabe que las empresas privadas irán detrás y darán sentido a esa gigantesca inversión inicial», valora Sureda.

Ese apoyo está arropando los planes de turismo espacial de compañías como SpaceX y Blue Origin y la creación de nuevas start-ups como Interlune, que a partir de 2030 pretende minar la superficie lunar para extraer Helio-3 y comercializarlo en la Tierra. Su potencial energético y para refrigerar los ordenadores cuánticos (Bosco explicó aquí por qué son tan importantes) lleva a los analistas a estimar que existe una demanda potencial de este recurso por valor de 400 millones de dólares.
Un laboratorio para entender el cosmos
Sin embargo, el renovado interés en la Luna va más allá de la geopolítica o de lo puramente comercial: puede convertirse en un extraordinario laboratorio científico desde el que observar el cosmos. El agua congelada que habita en los cráteres de los casquetes polares podría proceder de meteoritos compuestos por fragmentos del sistema solar formado hace 4.700 millones de años. Estudiar esas reservas y la geología de la cara oculta del astro —apodada así porque, debido a la mecánica celeste, es invisible e incomunicable desde la Tierra— ofrecería a los astrónomos una fotografía más o menos borrosa sobre su origen y el del universo que nos rodea.
«Saber cuándo se formó el cráter que hay en la cara oculta de la Luna, el mayor de impacto del Sistema Solar, tiene importantes implicaciones para nuestra comprensión de la Tierra primitiva y de la historia de todos los planetas», me cuenta Carpenter. «La Luna se mantiene igual que hace millones de años, así que su estructura rocosa puede abrirnos una puerta al pasado», añade Sureda.
Consciente de esa importancia científica, China ha desplegado dos misiones espaciales no tripuladas —las Chang’e 4 y 6— que han logrado extraer las primeras muestras de roca y polvo del lado sordomudo de la Luna, un «paso de gigante» que podría ayudar a resolver incógnitas históricas. Estados Unidos, por su parte, ha lanzado una sonda que mapeará las reservas de agua del astro y apoya la misión robótica privada de la firma Intuitive Machines, que en los próximos días podría lograr extraer ese líquido congelado de la superficie lunar.

Todo eso empuja a las potencias mundiales a establecer su base permanente en la Luna, un sueño hasta ahora solo reflejado en series como For All Mankind cuyo alcance, según Sureda, «está a pocas décadas». La extrema oscilación de temperaturas, la radiación solar y la poca gravedad imposibilitan que los humanos puedan habitar el astro de forma prolongada, así que ese campamento funcionaría como hogar de futuras misiones rotatorias. Además, los tratados internacionales prohíben la instalación de armas y zonas militares en el espacio, lo que —de no incumplirse— consolidaría el rol de nuestro astro vecino como gran laboratorio para la humanidad. Sureda vaticina: «La Luna se irá convirtiendo en lo que para nosotros es ahora la Antártida, un espacio remoto con bases de exploración científica que necesita suministros exteriores».
La Luna, el séptimo continente.
El semáforo
🟢 ¿Océanos en Marte?. El vehículo explorador chino Zhurong, que rastrea el subsuelo de Marte desde 2021, ha hallado la «evidencia más clara hasta ahora» de que, hace miles de años, el árido planeta rojo habría contenido enormes masas de agua, abriendo así la puerta a un ecosistema más propicio para la vida.
🟠 Succession en la vida real. El imperio mediático del magnate conservador Rupert Murdoch bien merece un semáforo en rojo, pero la cruda batalla legal desatada entre sus hijos para heredar su control tiene todo el salseo necesario para seguirlo con la misma fascinación tragicómica que despertó la familia Roy en la maravillosa serie creada por Jesse Armstrong.
🔴 Musk, hasta en la Antártida. Los recortes públicos y los despidos de funcionarios en Estados Unidos, impulsados por el hombre más rico del mundo, empiezan a mermar todo tipo de investigaciones científicas realizadas en el Polo Sur, desde las que estudian el cambio climático al origen del universo. China, Alemania, Canadá y España están aprovechando el caos generado por Trump y Musk para contratar a expertos estadounidenses.
¡¡¡Volvemos a Madrid!!!
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🤝 Hasta la próxima,
Me suena un poco, Carles a una humanidad actuando como plaga de langostas arrasando con todo lo que encuentre. Lo estamos haciendo en el planeta y no pasará mucho tiempo para hacerlo afuera (empezando por la luna como bien mencionas). Me gusta verlo desde la óptica del descubrimiento del universo y de nuestros orígenes. De utilizar la luna como método de observación, no de extracción.