Algo sobre la financiación estatal y el igualitarismo
O por qué la planificación central además de necesitar robarnos, nos deshumaniza
El Estado es una máquina de malgastar dinero robado. Todo lo que tiene ha sido obtenido mediante el robo. Todo lo que reparte, es fruto del saqueo. El Estado poco produce, y lo que produce lo hace deficitariamente. Algún programa habrá en algún país como caso de éxito que sí que genere beneficios. Pero el resto solo traen pérdidas. Alguien dirá que estos programas están pensados para traer pérdidas porque hay que proveerlos y si no lo hace el estado, el mercado no lo haría. Pero esta manera de pensar se asienta en la ignorancia del sistema de precios que nos indica si estamos aportando valor o no. Si nuestra actividad es deficitaria, significa que los recursos que estamos utilizando estarían mejor destinados en otro lugar. En el mercado, una empresa no se puede mantener eternamente en pérdidas. Puede dudar mucho tiempo si se trata de un proyecto que necesita años en arrancar y si consigue personas que confíen en el producto y asuman los riesgos de este, como el caso de las tecnológicas. Pero esta refinanciación de pérdidas tiene un límite. Esto no se da con los proyectos públicos, los cuales pueden ser eternamente financiados sin importar si están generando un valor para alguien o la cantidad de recursos que derrochan.
El gobierno se financia mediante la obtención de la riqueza previamente generada por el individuo y los privilegios del monopolio sobre la moneda, que les permite financiarse endeudándose en el presente con deuda futura con términos más laxos que los que le permitiría el mercado competitivo de moneda. Cada euro gastado por el estado es más de un euro—el euro más lo que se requisó para pagar a los agentes estatales—que las personas podrían haber gastado en nuevos planes de producción que nunca verán la luz, nuevas innovaciones e invenciones, en personas cumpliendo sus deseos que podrían haber logrado si mantuviesen su riqueza generada.
El estado tiene un monopolio sobre la moneda, la que nos obliga a usar para pagarle impuestos y financiarse. El Estado nos fuerza a costear sus servicios, renunciar a planes personales, destruir riqueza antes de que se produzca y pagar con su moneda fijando este el precio. Es la mayor estafa de la historia de la humanidad.
Ludwig von Mises decía que cuanto más gasta el gobierno, menos el público. Como el gobierno obtiene sus rentas o bien del saqueo presente o del saqueo futuro adelantado en forma de deuda pública, un mayor gasto estatal significa una menor renta disponible para que los ciudadanos puedan disfrutar del valor que han generado produciendo y obtenido en forma de dinero como lo deseen. El problema no radica en que el estado produzca servicios que nadie quiere—si el mercado hace eso, uno puede simplemente no pagar por él—sino en que lo haga con dinero del contribuyente, el cual se ve obligado a perder de su poder adquisitivo. Alguien podría decir que estos servicios se tienen que proveer, pero de ser así, si tan importantes son, habrá demanda por ellos, por lo que se podría dejar al libre mercado que lo hiciese, el cual, de incurrir en gastos, estos serán internalizados por un grupo de personas que ha aceptado asumir los costes y no socializados como cuando lo hace una deficitaria empresa pública.
Friedrich Hayek decía que a más planificación central, menos individual. Los programas estatales nos eliminan opciones. Por un lado, están planificados centralizadamente y alejados de los consumidores finales, por lo que no tienen la información pertinente de qué es lo que estos demandan. Además, no permiten espacio para la innovación y mejora desde abajo recibiendo e incluyendo la información sobre los deseos de los consumidores que los que interactúan con estos pueden obtener. Como guinda del pastel, el estado puede seguir ofreciendo estos servicios aunque la gente no lo quiera, incluso obligándoles a recibirlo. Un ejemplo de todo esto es la educación pública.
La planificación central implica homogeneización, lo cual significa perder parte de lo que nos hace humanos. Todo el mundo tiene un valor intrínseco por su combinación única de habilidades e intereses. Puede que algunos trabajos tengan más glamour que otros, pero todos—siempre que haya alguien que pague voluntariamente por él—tienen valor. Todas las personas hemos sido diseñadas de manera diferente. Todo el mundo es talentoso en algo. Todos tenemos sueños. La planificación estatal intenta meternos en el lecho de Procusto y costarnos o dislocarnos las extremidades a martillazos hasta hacernos encajar a todos en la misma cama, en la misma maqueta.